`Ate vos... Retroceder, lo que se dice "ir en retro-ceso", digamos, cederse por detrás, es fácil. Decir "es fácil" es lo más fácil, aún. Ahora bien, hacer del retroceder un tema es tremenda tontería, plena masturbación cuántica, como lo hace un colibrí negro tornasol frente a un lirio, libre de juzgamientos o planes de urbanismo, es otra cosa. El colibrí se balancea en su fractal, en su devenir de sombras y cuerdas, lleno de su luzpluma. No cede el colibrí nada, ni va de retro, mucho menos. Simplemente es, como el universo. Pero hay una actitud de fruta que se cae, plotofaf!, en ese verbo inquieto de "retroceder". Ahí hay supongamos un recuerdo empedrado que quiere destaparse de una sola vez, redespertarse, renacer porque quiere vivir, porque se quiere en el fondo avanzar al retroceder realmente. Retomarse uno desde el fuego de dentro y volver a sentar las cosas en su libertad de base, su azar madurado y natural, su antes-de-todo general, su equilibrio brutal, su homoestasis fatal. Es tu naturaleza, ché! Porque retroceder, o sea, ceder tras de sí, quizá sea tomar decisiones para soltarse, tomar amarras en duermevela como en un sueño infinito que cada quien construye, va a la tienda uno del inconsciente, consigue los materiales, ciertas impresiones corporales con el tendero y ya puede decir: ésta, bueno, es mi vida: el café por la mañana, la güirila metafìsica y luego regar las matas de orégano y seguir siendo. Pero no. Tu libertad era más franca que el amor propio y por amor ajeno te has traicionado. Ni verga entonces. Entonces regresar es necesario, doloroso, sí mi muchachito, pero regresar para vos es volver a despertarte, ser otra vez vos mismx, ir de boca hacia el origen de toda esta estación violenta, loca y degenerada. Lo vivo reclama ser, expresarse, bailar el merengue de la existencia, sin tapujos, como antes. Tenès que morirte ante ese Miss Budha que te investaste, mi pendejito querido, para que reaparaezca, por fin, el feto desarrollado de mi propio puteo espontáneo, queer, loco, sin más límites que la moral que se impondrìa un perro sarnoso de las calles de León. Sentarse, entonces, moverse, sentirse, volverse, regresar a esa bondad de lo malvado de siempre que te daba el fuego que no ha salido por meses. Hoy sale, hoy decide por fin brotar de sí. Hoy por fin, a la semerenda turca con todo lo que ate.